No es ningún secreto que me gusta escribir. Y mucho. Sin embargo, una cosa es escribir y otra, ser escritor. Enfrentarse a la creación de una novela, una obra de teatro, un ensayo… es un acto de valentía y de valía. Siempre he pensado en cómo se las ingenian los escritores a los que admiro para ‘parir’ sus novelas, y que te enganchen, y que te emocionen, y que te decepcionen; que te den miedo o que te pongan los sentidos a flor de piel. Para mí escribir es sacar de dentro emociones (siempre me toca, feliz, escribir dedicatorias en bodas, cumpleaños, celebraciones y, sí, en un funeral, el funeral) o poner en orden ideas o relatos que ayuden a entender un tema (un reportaje, vamos). Pero para mí una novela son palabras mayores… hasta que leí De qué hablo cuando hablo de escribir, de Haruka Murakami.

No quiere decir que me vaya a poner a escribir una novela, pero hay varias ideas muy sencillas que me han hecho pensar, otras con las que me identifico.

Si quieres, puedes (otra cosa es que salga bien o que repitas): «Si se trata de escribir una novela, se puede lograr sin entrenamiento específico. Basta con saber redactar correctamente, un bolígrafo, un cuaderno y cierta imaginación para inventar una historia. Con eso se puede crear, bien o mal, una novela».

Ojo con la potencia de las palabras, no todo vale: «Las palabras tienen poder y ese poder hay que saber usarlo de una forma correcta. Como mínimo deben ser justas e imparciales. No pueden caminar solas».

Sobre la originalidad, o sale de ti, o estás perdido. «Si algo se puede considerar original en mis novelas, surgió gracias a la libertad». «Para encontrar una forma peculiar de contar algo, un estilo, hace falta, según mi experiencia, empezar por el trabajo de ‘escudriñar lo que hay en ti’ en lugar de ‘sumar algo a ti’.

Murakami resta importancia al hecho de no saber de qué escribir. Si estás atento, saldrá: «Todo aquel que quiera escribir, debería observar con atención a su alrededor. Por muy insignificante que pueda parecer, el mundo está plagado de piedras preciosas en bruto tan atractivas como misteriosas».

Insiste el escritor nipón en la necesidad de provocar que los personajes se vayan forjando a medida que se escribe: «Los personajes que pueblan mis novelas se forman de una manera natural en el transcurso de la historia. Casi nunca decido de antemano servirme de tal o cual personaje real… «.